"Para ser escritor hay que disponer de buena papelera"
- Juan Méndez se estrena como autor a los 70 años con 'Manuel, el chico del alba'
Inquieto y polifacético. La jubilación le vino pareja con la ceguera hace 10 años. Va camino de los 71 y acaba de publicar su primera novela, ‘Manuel, el chico del alba’ (ed. Vive Libro). “El braille me dio la facilidad de poder seguir escribiendo porque mi afición creativa se había visto truncada al quedarme ciego”, confiesa sin acritud (0,70 MB) Juan Méndez Aspano. Desde chaval puso empeño por el estudio, y en especial por la literatura.
Aunque siempre ha vivido en Madrid, nació en Alburquerque (Badajoz), porque -nos cuenta (0,47 MB)- cuando su madre se puso de parto “fueron al pueblo para ‘dar a luz’ en casa de la abuela, donde nací yo con la atención de la partera del pueblo... Pero a los 15 días, más o menos, regresamos a la capital”.
Juan es el menor de tres hermanos, y está felizmente casado con Araceli con quien ha tenido dos hijos. Carolina, su hija con discapacidad, ya fallecida, ha sido para él un ejemplo de superación y empuje vital. Tiene una única nieta, que se llama como la abuela, y se le iluminan los ojos cuando se refiere a ella con inmensa ternura: “es muy aventurera, le gusta la ciencia, investigar... Además es muy cariñosa. Va a cumplir los 17 (0,43 MB), y está en ese momento de sentirse entre niña y mujer”.
Méndez Aspano es hombre que gusta disfrutar de las cosas sencillas. Harto de la novela negra, que se escribe sola con la actualidad de todos los días, encontró su particular oasis argumental en un pueblo de origen extremeño, de transcurrir tranquilo, donde Manuel, un niño de corta edad, pasa una larga temporada con los abuelos que se encargan de su crianza. Corría 1950... “Mi novela surge gracias al periodismo actual; en cualquier página de periódico, o en los informativos de radio y televisión, cada minuto hay relatos de corrupción, crímenes, violencia... Y necesitamos ese oasis de vida sencilla”, afirma con convencimiento (1,34 MB). De fácil lectura y salpicado de curiosidades reales -el abuelo enseña al nieto a ver pasar un rayo en un día de tormenta, por ejemplo
(0,87 MB)-, la novela muestra el papel de los abuelos en la educación de los nietos, ayer y hoy, con sus diferencias en el tiempo pero con similar necesidad a la hora de acudir a los padres por la tan manida conciliación trabajo-familia.
Escribir y escribir. Una afición “de siempre”, dice, que compaginó desde su primer trabajo como botones en la Escuela de Telecomunicaciones madrileña. Luego como telegrafista; más tarde siendo ayudante técnico sanitario, o socorrista, y asistente y supervisor en un hospital psiquiátrico... Sus últimos 40 años laborables, tras realizar un curso de Medicina de Empresa, los pasó trabajando en el Servicio Médico de una gran empresa comercial.
Ahora, sus amistades en la Organización de Ciegos “no tienen precio”, asegura. “Soy de la ONCE desde hace 10 años..., y aquí sigo”, declara satisfecho (0,48 MB), y con palabras de especial agradecimiento hacia los profesionales que le han enseñado a leer y escribir en braille. También la instrucción en mecanografía para aprender a teclear y manejarse con un ordenador adaptado. Y así, fifty-fifty, mitad en braille mitad con ordenador, escribió Juan esta novela, “porque el curso de mecanografía lo realicé cuando ya llevaba la mitad de la obra escrita”, nos explica
(0,34 MB). “Encontrarme con la ceguera ha sido una parte importante de mi vida... Siempre hay que seguir hacia adelante, como me lo enseñó mi hija”, apostilla emocionado
(0,96 MB).
Consciente de su constante inquietud por aprender cosas, rememora (0,73 MB)“un comentario que siempre decía mi madre: ‘aprendiz de todo, maestro de nada...’. Le doy la razón porque no soy maestro de nada, pero me gusta tanto la vida que no he rechazado nunca la posibilidad de un nuevo conocimiento por dedicarme en exclusiva a una sola cosa”. Creativo e ingenioso, antaño pintaba retratos y bodegones y era el que solía poner en funcionamiento los relojes en casa. Hoy, continúa con la talla de madera y pone en práctica sus estudios de solfeo mientras se deleita tocando el clarinete.
Relatos, guiones, cuentos, colaboraciones para prensa... precedieron a este relato que ya ha visto la luz editorial y que tiene pensado retomar para publicar su segunda parte. “Han sido dos años largos escribiendo ‘Manuel, el chico del alba’, porque ha habido que repetir, recortar, corregir, tirar...”, enumera (0,44 MB), y así recuerda la frase de algún autor admirado por su arte en juntar letras: “Para ser un buen escritor hay que disponer de una buena papelera...”.
El tiempo tiene la última palabra ¡Enhorabuena!
Genoveva Benito