Manuel Trastoy: “A mí me salvó la ONCE” *
La historia de un luchador, un triunfador, que cumple 80 años, como la ONCE
Manuel Pérez Trastoy (San Ciprián, Ourense, 1938) cumplió el 27 de febrero los mismos 80 años que celebra la ONCE este año. Con sólo 11 se quedó ciego al explotarle una bomba que golpeó con un martillo que aún conserva. Lleva 55 años viviendo en Ubrique (Cádiz), 35 de ellos como director de la ONCE, y allí es todo un personaje, tanto como para merecer pronto el título de Hijo Adoptivo. Formó una rondalla, dio clases de piano y solfeo, fue organista en la iglesia y ahora imparte talleres de papiroflexia, su gran pasión, para niños. Su taller es un estudio digno del mejor pintor, rodeado de botes y pinceles y de obras de papel en braille que son auténticas joyas. Tiene más de 4.000 seguidores en Facebook. Le visitamos en una mañana de enero, fría y soleada. Y el paisaje de la Sierra de Grazalema, entre neblinas, se asemeja bastante a la imagen de la Galicia más rural.
¿Cómo lleva lo de cumplir 80 años?
Lo llevo maravillosamente bien. No me creo que vaya a cumplir 80 (0,34 MB) porque me considero más joven, pero es debido a la actividad que tengo, que no paro, para que la mente esté siempre en funcionamiento.
Y celebrar el mismo cumpleaños que la ONCE, ¿le hace especial ilusión?
Muchísima, porque a ella le debo todo lo que soy. Yo me quedé ciego por una bomba con nueve años y gracias a la ONCE pude estudiar en el colegio de Pontevedra. Se lo debo todo, todo, todo... (0,49 MB)
La suya es una historia de película... Cuéntenos: ¿cómo se quedó ciego?
Fue una bomba de las que quedaron de la guerra. Yo encontré un artefacto al lado del río de mi pueblo y quise abrirlo para ver que tenía en su interior; por cierto, con un martillo que aún conservo por ahí... Le di un golpe, se aplastó; le di un segundo golpe, y se aplastó; y le di un tercero y estalló. Eso fue lo que me originó la ceguera. Luego recuperé algo de vista pero a los 11 años la perdí por un desprendimiento de retina.
Era usted un travieso.
Sí, bastante.
¿Y conserva ese espíritu unos cuantos años después?
Hombre las travesuras que yo hacía de pequeño, no, por supuesto. Pero soy muy lanzado para mis cosas, muy atrevido para salir por ahí.
¿Por qué guarda todavía el martillo?
Cuando me casé fui a mi pueblo a presentar a mi señora a mi madre y le pregunté por él. La culpa no la tuvo el martillo, sino yo, y quería tener el recuerdo. Así que ahí lo tengo, y lo uso todavía.
¿Le traumatizó mucho ese hecho en ese momento de su vida?
¡Uy!, muchísimo. Además me hice muy rebelde. Me iba a bañar al río solo, me subía a los árboles donde nadie de mis amigos se subía... Quince días antes de estallar la bomba mi madre se había quedado viuda. Y, claro, para ella fue tremendo. Como yo hacía esas travesuras mi madre lloraba y me decía que me iba a matar... Y yo, al llegar a casa, me escondía en la cuadra... Así que a mí me salvó la ONCE, lo digo de corazón, porque era un rebelde (0,56 MB). Un 11 de septiembre de 1952 ingresé en la ONCE de Pontevedra. Cuando volví a casa de vacaciones, en Navidades, la gente ya decía que había cambiado, que era más educado, una maravilla. Es verdad que a la ONCE yo le debo todo.
Quedarse ciego en la España del máximo apogeo de la Dictadura franquista no debió ser nada fácil...
Era el año 47 cuando encontré y estallé la bomba. En esa época el hambre era absoluta, yo pasé mucha. Incluso en el colegio de Pontevedra el pan lo teníamos racionado, y la comida..., pero en fin...
Ese es el principal recuerdo que le queda de la postguerra, ¿el hambre?
Si no hubiera habido guerra yo no me hubiera encontrado esa bomba, no me hubiera quedado ciego... Y como yo muchos compañeros, además de los que no lo contaron, porque fallecieron. A veces una misma bomba estallaba y dejaba ciegos o mancos a varios niños a la vez.
Después de más de 55 años viviendo en Andalucía, en la Sierra de Grazalema, ¿qué le queda de gallego?
Hombre, haber nacido en la aldea de San Ciprián, donde tengo a mi hermano, mis sobrinos... Mi recuerdo de allí es maravilloso, pero tras 55 años aquí, donde me han nacido cuatro hijos, nueve nietos y tres biznietos, Ubrique es algo grandísimo...
De toda su trayectoria laboral en la ONCE, con 35 años como director en Ubrique, de 1963 a 1998, ¿con qué se queda?
Me quedo con el recuerdo de los trabajadores (0,71 MB). Eran como mis hijos. Nos teníamos un gran cariño, así que, cuando me jubilé, fue muy duro para mí y para ellos. La relación con los trabajadores, los vendedores... fue un orgullo, una satisfacción, de verdad, de verdad.
¿Reconoce a la ONCE de 2018 después de tantos años?
Yo siempre pensé que llegaría muy lejos. Y ahí está. Hemos tenido grandes directivos y eso ha dado como resultado lo que tenemos hoy.
¿Cuál ha sido a su juicio la gran aportación que ha realizado la ONCE a este país? ¿Su principal éxito? Si tuviera que elegir dos grandes hitos, ¿con qué se quedaría?
Hombre, yo creo que el gran éxito fue implantar el cupón a nivel nacional y la educación, que ha sido algo grande. Es un orgullo que todos los ciegos puedan estar integrados en los colegios normales, por supuesto.
¿Cuál es el mayor premio que le ha tocado de la ONCE?
El mayor premio que me ha tocado ha sido los estudios que me ha proporcionado.
¿Y en el juego?
No he sido muy afortunado, pero he jugado muchísimo, y alguna vez me ha tocado. Hasta 12.000 de las antiguas pesetas en el año 64, que con aquello compré de todo. Era un capital entonces.
¿Y cómo comenzó su afición por la papiroflexia?
Lo aprendí realmente en el colegio de Pontevedra, luego me fui a estudiar la carrera a Madrid y la eché en el olvido... Un día encontré una foto de mi madre, y recordando mis tiempos del colegio quise hacerle un marquito. Así empezó todo. Los niños me animaron, empecé en 2006 y ese mismo año ya fui a una convención internacional.
¿Qué le aporta?
Me llena muchísimo, me da placer y me tiene la mente siempre distraída. Con todos los acontecimientos que pasan, tener este trabajo es un placer grandísimo, algo enorme.
Tiene el estudio repleto de lámparas, marcos, joyeros... Piezas muy hermosas y elaboradas, ¿nunca se plantea venderlos?
Es que esto no tiene precio. Para un joyero puedo emplear 40 horas de mano de obra, ¿qué puedes cobrar por eso? Son meses de trabajo para cada pieza.
También tiene una web propia y está enganchado a las redes sociales, en concreto a Facebook. ¿Le ha costado mucho adaptarse a las nuevas tecnologías?
No, no, de verdad. Me metió en las redes una venezolana a raíz de una convención internacional de papiroflexia y ahora tengo más de 4.000 amigos en Facebook.
Y ¿dónde está la clave del éxito?
Lo que tiene que tener una persona siempre es tesón. Nunca estar arrinconado, tener voluntad de triunfar, de sacar de todos los apuros aquello que se ponga por delante.
La música ha sido otra parte importante de su vida. Acabar la carrera de piano no es una meta al alcance de muchos. ¿Qué le ha aportado la música?
Muchísimo. Yo antes de entrar al colegio de la ONCE ya tocaba la flauta. Hubiese querido estudiar violín porque a mi pueblo venía un señor ciego tocando el violín pero no había profesor de ese instrumento y me incliné por el piano.
No le gusta ni el fútbol ni los toros en una comarca como esta y le gusta la música clásica. ¿Cómo ha sobrevivido?
No soy muy entusiasta del fútbol, no, pero estoy al corriente... A mí me gusta mucho la clásica, siempre la tengo puesta porque me relaja, y las noticias me ponen malo.
¿Sufre mucho con la situación de Cataluña ahora mismo?
Sí, estoy muy preocupado. Dios quiera que todo se solucione en paz y que todos nos llevemos bien. España también somos una familia, ojalá no haya estos roces que no benefician a nadie y perjudican a todo el mundo.
Su principal virtud y principal defecto.
Es difícil... Respetar mucho a las personas en todos conceptos: si tú no respetas, no te pueden respetar. Y defectos tengo bastantes, no sé cuál decir, quizá que, cuando me empeño en hacer una cosa, hasta que no lo consigo no paro. Y creo que es un defecto.
¿Se arrepiente de algo Manuel?
Hombre, arrepentirme, arrepentirme, no. Dentro de la desgracia de quedarme ciego, siempre digo que para mí fue una solución pues era el más pequeño de los hermanos en una aldea. No hubiera estudiado y me hubiera quedado al frente de los terrenos. Sin embargo, fui el único de mis hermanos que estudió una carrera... No hay mal que por bien no venga. Hay que hacer frente a las cosas y conformarse. Yo me río de mi ceguera. Cuando voy por ahí y me choco con algo, me digo: “Qué mal estoy hoy de la vista...”, y la gente se ríe.
El Ayuntamiento le está preparando un homenaje este año. ¿Cómo sienta eso de ser Hijo Adoptivo de Ubrique, de ser profeta en su tierra?
Para mí es algo grande, un orgullo tan maravilloso del que no me creo merecedor, pero si el pueblo lo quiere... Es un orgullo grandísimo (0,19 MB) como le he dicho a la alcaldesa, y estoy encantado de la vida. Ubrique nos ha dado muchísimo, a mí y a mi familia. Aquí formé una tuna, una rondalla, he impartido clases de piano y solfeo, he sido organista en la iglesia y ahora imparto talleres de papiroflexia para niños. Y lo primero que hago, siempre, antes de enseñarles nada, es hablarles de la ONCE y enseñsrles un alfabeto en braille y mi máquina Perkins...
Luis Gresa
*Esta entrevista ha sido publicada también en la sección “En primera persona” del Boletín ONCE Noticias-Andalucía nº 117 (febrero 2018)