Carlos Valbuena: "Me enseñaron a ser maestro los alumnos"
Pionero en la inclusión educativa, el veterano profesor ciego prejubilado en la ONCE ha encontrado la continuidad a su labor como voluntario de FOAL
Valiente y consecuente. Natural de Palencia, ciego de nacimiento (0,04 MB), con 63 años. Desconoce qué es la oscuridad “porque nunca he visto la luz”, argumenta a bote pronto, apenas entrar en materia. Inquieto, metódico y sobre todo... maestro. La percepción personal no está reñida con la realidad. Una treintena de años avalan su experiencia como profesor itinerante de la ONCE, apoyando en sus estudios a alumnos ciegos o con discapacidad visual grave, pero también para con sordoceguera, parálisis cerebral, etc. De pueblo en pueblo, desde la andaluza ciudad de Jaén se desplazaba a diario Carlos Valbuena para atender las necesidades educativas de niños, jóvenes y adultos estudiantes. “He trabajado en todos los niveles y etapas educativas
(1,00 MB); desde 0 años hasta infantil, en lo que se llama estimulación precoz; con alumnos de Primaria, Secundaria, Bachillerato, universitarios...”, declara sin poderse desprender de cierta pasión hacia la profesión para la que se formó y que le ha hecho tan feliz. “Siempre he disfrutado mucho con mi trabajo; cuando había un caso difícil yo lo quería coger porque era lo que me hacía aprender a ser maestro”, dice al punto de la emoción. Y es que Carlos fue uno de los pioneros profesores de apoyo a estudiantes que comenzaban a cursar en centros ordinarios del país.
Corrían los primeros años 80. Se empezaba a hablar de ‘integración escolar’, a la postre ‘inclusión educativa’, y posiblemente es a día de hoy cuando comienza a culminar en esta bien o mal llamada ‘piel de toro’ una situación ciertamente ‘normalizada’, en la que ya nadie se extraña de compartir el aula con algún alumno con discapacidad. “Nuestra misión era orientar al profesorado, trabajar con el niño los aspectos específicos que se abordaban gracias a las herramientas para ciegos y también atender a las familias, asesorarles sobre cómo interactuar con los chavales, comunicarse, ofrecerles las cosas... Orientarles, en definitiva, en todos los aspectos concretos de la ceguera que cambian un poquito respecto a los que disponen de visión”, explica Carlos sin prisa pero sin pausa (0,68 MB).
Él se formó, de los seis a los 14 años, en el CRE de la ONCE en Pontevedra. Sólidos cimientos en los que basa su trayectoria y dan respuesta “a quién soy, en ese sentido; adquirí el respeto y el conocimiento para saber que todos somos iguales. Yo aporto y tú también me aportas porque el que piense que solo aporta él va mal. Y de todo, hasta de lo negativo, se aprende algo siempre”, comenta a modo de reflexión
(1,14 MB). Recuerdos especiales, rescatados sin duda de la memoria para compartirlos con nosotros: “Aprendí a orientarme en el espacio, a comunicarme con los demás; jugaba al fútbol, patinaba... hacia todo lo que podía y eso me daba mucha soltura. También tengo recuerdos del primer y segundo año, en los que lo pasé muy mal llorando mucho, pero luego me adapté y me dije ¡a estudiar!”. De vuelta a Palencia completó su formación en el Instituto para cursar luego Magisterio, “donde era el único ciego, así que contribuí a la ‘inclusión’ antes de que existiera...”, bromea
(0,23 MB).
El importante papel de la familia, con una madre protectora y la sutil inteligencia del padre, ferroviario de profesión, consciente de que su hijo ciego debía tocar para mejor entender, jugaron a su favor (0,45 MB): “Él sabía que yo tenía que tocar así que me hacía tocar todo. Me enseñó a poner ruedas, a arreglar pinchazos de la bici, a clavar puntas, a conectar un cable con otro. Teníamos una huerta y me enseñó a cavar, a sembrar judías, lechugas... Lo único que no me dejaba coger eran los pepinos, porque decía que si pisaba las plantas salían amargos...
(0,60 MB)”, relata mientras reímos... ¡por los pepinos! También se extiende sobre la necesidad de la paciencia y sobre el braille y los métodos de aprender este sistema de lectoescritura utilizado por las personas ciegas. Sobre la ingeniosa enseñanza paterna para saber cómo son las formas de las letras en tinta, que su padre le confeccionaba con palillos mondadientes: “me hacia las formas, las pegaba en un papel y así yo podía leer ‘en tinta’ también
(0,45 MB)”. De algún modo germen de la no menos original manera que utiliza Carlos para enseñar braille, y la posición de los seis puntos en la casilla o cajetín. “Yo sólo trabajo la estructura espacial y la situación; según sea la forma geométrica que reproduce”, apostilla; así, conociendo la posición en la se ubican y numeran los seis puntos en relieve de ‘la llave del conocimiento’ (el braille), la letra G es un cuadrado, la O es un triángulo... y así sucesivamente.
Pero esa es otra historia, como lo es su incursión reciente como voluntario de la Fundación ONCE para América Latina (FOAL), tras su jubilación. Solidaria forma de colaborar y transmitir lo recibido, en su tan dilatada experiencia al servicio de los demás. “Yo no he trabajado; me he divertido y he disfrutado. A mí me han hecho los alumnos. Ellos me han enseñado a ser maestro”, concluye (0,26 MB).
Genoveva Benito