Rosario Somoza: "Con los casi 102 años que tengo el cerebro aún me viaja"
Cumple los 102 el día de la Santa Felicidad, el 23 de noviembre. Tiene el don de la alegría. De memoria prodigiosa, esta mujer centenaria comparte risas y lágrimas en un relato emotivo, cercano… a corazón abierto. Hija de un militar, Rosario Somoza Jiménez quedó huérfana junto a cinco hermanos apenas arrancó la Guerra Civil española. De origen melillense y sangre andaluza corre el fuego de la vida por sus venas. “Cualquier día me encuentran mas tiesa que un ajo”, bromea sin acritud (0,17 MB) al tiempo que nos comparte chascarrillos acerca del bisabuelo del rey Felipe VI. Llegó a la ONCE hace un década.
Nació en el seno de una familia católica y militar, por los cuatro costados. La llamada ‘guerra de Melilla de 1921’ tocaba su fin cuando Rosario veía la luz por primera vez. Y, la conversación arranca con entrañable sonrisa; el ímpetu, las ganas de compartir o la emoción del momento le juegan un divertido despiste salvado con gracia por la voluntaria de la ONCE, Idoya Aragón quien acompaña a nuestra protagonista, al otro lado del hilo telefónico, en la sala de la residencia valenciana donde reside. Es uno de los servicios que le prestamos.
La cuestión era aclarar el dato: ¿Qué tenemos, 101 ó 102 años? - cumpliré los 102 en noviembre, el día 32 de noviembre-, responde resuelta. -¿Treinta y dos?, interviene Idoya mientras afirma con cariño: veintitres. -Ay, sí, era el 23... ¡menos mal que te tengo!, exclama con gratitud Rosario. Y se reafirma en la fecha de su nacimiento aunque añade cien años más a la onomástica: -el 23 de noviembre cumpliré ya los 200 años, apunta convencida. -Ciento dos, corrige de nuevo Idoya, en el mismo tono afectuoso que compartimos entre risas las tres. -Sí, sí, cumplo los 102 años, constata Rosario y se justifica: ¡Ay, es que me voy de fecha hija mía! Soy un poco mayor, me parece. Mayor o no, como todo o casi todo, siempre depende del cristal con el que se mire. ¡Vamos! que viendo sus fotografías de hoy en día quién lo diría... Con años sí, pero está en la flor de la vida. Fragmento de la conversación sobre la edad de Rosario (0,64 MB)
Tiene un bonito brillo en la voz y transmite la paz que profesa. “Soy una persona muy alegre, la vida no me pesa y al no tener enfermedades los años me van pasando bien”, declara. (0,23 MB) Al hilo comenta desconocer la dolencia por la cual le dijeron se quedará ciega. Es afiliada a la ONCE desde hace casi una década. “Soy ciega pero una ciega que aún ve. Tengo el carnet de ciega, me lo hicieron en Madrid hace nueve años, desde que estoy en la residencia”, apostilla.
(1,24 MB) Conserva resto visual pero llega un tiempo en el que “se va apagando” la luz.
Hace un año se rompió la cadera, también nos cuenta, así como los peligros que puede suponer una caída en tales circunstancias. Disciplinada lo justo, inquieta y buena conversadora hace referencia al andador, “el aparatito ese que te ponen para que vayas ligera, que incluso lo utilizo para ir al comedor. A veces, escucho: Rosario, no corras”, dice risueña. Y ríe con ganas... “adelanto a todas; soy una persona muy inquieta, no puedo parar ni un segundo”.
Sin lugar a dudas, tiene la alegría en la sonrisa y en la voz. Una bonita herencia “de mi tierra, se puede decir, porque soy de familia andaluza y eso me puede”. Echa la vista atrás y recuerda sus orígenes: “mi padre era de Córdoba, mi madre de Málaga, mis abuelos sevillanos. Yo soy de Melilla, soy africana. Y todo ello me da la vida, me gusta”. Rosario Somoza habla sobre la rotura de cadera y el origen de su alegría (2,16 MB)
A un paso de El Sahara frente al monte Gurugú creció Rosario hasta los seis años. Allí estaba destinado su padre y la familia crecía ya con tres hijos. En la búsqueda de nuevas oportunidades para el futuro de los pequeños, se trasladaron a Valencia. “A mi padre le ofrecieron empleo en Valencia y en aquel tiempo vino de secretario de la Alcaldía”, afirma. (1,05 MB)
En la ciudad de las Artes y las Ciencias aumentó la familia con una hermana y “otro niño que murió con trece meses”. Los abuelos paternos, que vivían en Madrid, estaban encantados con los chiquillos. Eran sus únicos nietos ya que “dos hermanos de mi padre eran sacerdotes”, aclara Rosario. El caso es que se fue a pasar una temporada con los abuelos pero corrían tiempos convulsos, la Guerra Civil llamaba a la puerta.
Si bien, la historia de España está escrita, la sucesión de acontecimientos personales marcaron el devenir de su existencia... “Cuando empezó la guerra fueron a por mi padre, se lo llevaron y mataron. Y nos dejó...”, apenas recobra el aliento Rosario inquiere: “Imagínate una familia de cinco niños y una madre, sólo con el cielo y la tierra, con una guerra ¡qué quieres que te cuente!”. Se hace un nudo en la garganta. Sin preguntas, no las necesita.
(1,85 MB) Coge carrerilla, no escucha o no quiere hacerlo. Y vuelca su sentir repleto de dolor...
“Mi madre nos metió en un colegio para huérfanos durante el tiempo de guerra”, relata a golpe de recuerdo. “Mi madre era una mujer apocada, tenía que empujarla yo, que era la mayor, con 14 años”, comenta. (0,15 MB) La defensa del olvido le bloquea el nombre de aquel centro- fundación sito en Valencia y levantado por republicanos, tras destruir los colegios de monjas salesianas donde ella estudió
(1,37 MB).
“De mi padre no sabíamos nada porque le dieron por desaparecido pero a él se lo llevaron los milicianos de mi casa, delante de mi madre y de mis hermanos, armados como iban. Nos destrozaron la casa, nos quitaron todo”, relata con prisa, sin pausa. “Y cuando mi madre fue a verle a las Torres del Cuartel dijeron que se lo habían llevado a otro sitio pero le habían matado. Se lo dijo a mi madre un compañero... A Emilio (su padre), el mismo día que salió de casa, le dieron cuatro tiros”. Fragmento del duro relato (1,02 MB)
Sin anestesia, la cruda historia de la realidad vivida deja huellas insalvables. Imposible mirar hacia otro lado. La esperanza es lo último que se pierde. Y aquellos niños soñaban con encontrar al padre desaparecido. “Decíamos, algún día aparecerá... Cuando iba por la calle y veía personas heridas que estaban pidiendo, le decía a mi hermano: vamos a ver a ese hombre, a ver si es papá. Porque todas las personas nos parecían mi padre. Y eso es lo que hacíamos en la guerra, nena”, suspira al filo de la emoción. (1,07 MB)
Sangrante situación pues si la guerra fue dura, la posguerra se tornó demoledora. La tuberculosis se llevó a dos de sus hermanos, con 22 y 26 años, respectivamente. “Murieron de necesidad y lo digo con la boca llena porque pasamos muchas necesidades. Yo hoy no como porque no tengo ganas de comer pero no he comido en mi vida. Porque como no comía entonces, el cuerpo se me ha hecho a no comer”, considera sin paliativos. (0,76 MB)
Ella, claro está, sobrevivió al terrible envite de la tuberculosis, padeció la enfermedad en su fase más aguda pero consiguió remontar y remitió el proceso contagioso. Y es que la hambruna en todo el país, era el pan de cada día.
Tal y como se decía por aquel entonces, Rosario “se colocó” en una pastelería, “en la calle General Martín al lado del teatro Alcázar”, para más señas. “El arreglo que tenía yo es que había galletas y pasteles. Ya era bastante para mí pero para mis hermanos no porque no les podía llevar ninguno ni tampoco comprarlos. El dinero que ganaba era para comer todos, no para pasteles”, señala. Asimismo, sincera y cercana, aclara con el timbre de su risa: “pero yo, como estaba allí de sol a sol, podía comérmelos cuando no me veían, claro”.
En los últimos meses, después de la caída y consecuente rotura de cadera, nos confiesa que “ahora parece que como un poco más que antes y estoy bien porque Dios me ha dado este carácter. (0,54 MB) Te puedo decir que la alegría de mi casa la tengo yo toda. Y la edad de mis hermanos muertos me la dejaron a mí para que yo lo pasara bien. Y lo estoy pasando bien. Esta es mi vida”.
Con especial cariño recuerda a Juan, el amor de su vida: “He vivido 66 años con él, mi marido. Fueron los mejores años de mi vida. Era muy buena persona, me quería muchísimo, más que yo a él. Y hasta que Dios se lo llevó (0,88 MB)”. Se conocían desde niños, él siempre estuvo enamorado de ella. Era amigo de sus hermanos. Nunca desistió hasta conquistar el corazón de Rosario. Y fueron felices, a buen seguro muy felices.
Para el broche de cierre, cosa de reyes. Porque nuestra afiliada centenaria tuvo ocasión de conocer en persona al rey Alfonso XIII.
Rosario era una niña de 7 años, visitaba Madrid por primera vez y su tío cura daba misa en el Cuartel de María Cristina. “Decía la misa en el patio y asistía el Rey. Desde la cocina, a través de los ventanales, yo escuchaba misa y veía al Rey. La reina no venía pero el rey sí”, dice. “Desde el mismo cuartel salían los soldados alabarderos, que cuidaban a la reina. Iban a caballo para llevar a la virgen... Eso lo he visto yo con siete años, no me lo ha contado nadie”, asegura.
Entonces reinaba Alfonso XIII. “Sí, Alfonso XIII era, sí. Y lo conocía en persona”, concreta resuelta (2,60 MB). Ante tal afirmación, las preguntas del millón. ¿Cómo era Alfonso XIII?, ¿Qué recuerdas de él? Rosario tira más bien por la discreción y se va por los cerros de las Urdes, tan visitadas por aquel monarca en tiempo pretérito. Y eso sí, los chascarrillos de la historia coinciden también con los recuerdos ya lejanos de aquella pequeña Rosario. Ante la insistencia, responde: “Mujer, lo que se hablaba de aquel, entonces, es que era una cosa parecida a don Juan Carlos, ¿entiendes?, en el aspecto de la vida del rey pues igual... Se hablaba mucho, se decía... en fin, ya está”. Sonríe con el verbo, con la palabra dicha o pendiente... “Con los años que tengo, por lo menos el cerebro me viaja y voy a todos los lados. Sí, me acuerdo de todo”, concluye.
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Genoveva Benito