Un libro abierto
Que la organización que agrupa y representa a las personas ciegas en nuestro país mantenga una histórica relación de complicidad con cuanto rodea al mundo del libro no es -aunque a muchos puede parecérselo- ninguna paradoja. La vocación bibliográfica de la ONCE arranca de las propias raíces de la entidad que, desde su nacimiento, ha sabido de la importancia de la cultura como herramienta de integración y superación para todos, pero muy especialmente para quienes, por las más diversas razones (como la ausencia de visión o la grave discapacidad visual), se ven sometidos a frecuentes situaciones de marginación y desigualdad.
El libro ha sido así, para las personas ciegas, un arma cargada de futuro. Y a él se han aferrado en su diaria pelea por alcanzar la máxima normalización e inclusión de su papel social. Ya la aparición del sistema creado por el francés Louis Braille abrió un ventanal a la esperanza al posibilitar la lectura literal de los textos (documentales, literarios, recreativos, personales...) a todos los ciegos del mundo a través del tacto. Luego sería el ámbito analógico, con las grabaciones sobre diferentes soportes (vinilos, cintas casetes, compact disc...) el que vendría a insuflar una nueva bocanada de aire fresco en el mismo objetivo compartido de extender la comunicación y el conocimiento a través del aprovechamiento de los sentidos ajenos a la vista, en este caso el oído. Y la inmersión en la era digital ha producido un salto cualitativo añadido a esta expansión, al permitir la decodificación de los textos digitalizados a través de lecturas de voz sintética, descarga sobre línea braille del ordenador, posibilidad de ampliación de caracteres para personas con resto visual, etc.
La cultura es, en definitiva, cada vez un poco más un libro abierto, también para las personas ciegas. Por eso la ONCE se ha sumado -un año más- a la conmemoración del 23 de abril para festejar, de la mano de Cervantes y de William Shakespeare, la gran fiesta del libro. En la esperanza de que se derriben los últimos obstáculos que dificultan, económica y materialmente, la transcripción y digitalización de todo tipo de textos culturales con destino a nuestros colectivos. No hay derechos de autor que puedan equipararse al derecho universal, de todos, en el acceso a la cultura en igualdad.