Despacito pero sin pausa
Pocos principios se acomodan mejor a las fórmulas de trabajo, negociación y avance de las instituciones europeas que el que da título a la que es no ya ‘canción del verano’, sino posiblemente de la década: el Despacito con que el, por ella, archiconocido Luis Fonsi ha conquistado los mercados musicales de tres cuartas partes del mundo. Con toda cautela, con un par de pasos adelante mitigados a menudo por otro marcha atrás, se mueve Bruselas históricamente... Por fortuna, su Parlamento -que comparte sede entre la capital belga y Estrasburgo- sacude cada tanto las férreas prevenciones de la Comisión y del Consejo. Como acaba de volver a hacerlo con la aprobación de un reglamento que permitirá multiplicar el catálogo de libros adaptados para las personas ciegas exentos del pago de derechos de autor, como reclama el Tratado de Marrakech.
Afrontar y resolver las dificultades de acceso a la lectura (y por tanto a la educación, a la cultura y al ocio) es un compromiso al que ninguno de los poderes públicos puede sustraerse, por más presión que se reciba desde las instancias defensoras de los legítimos derechos de creación de los autores. Máxime cuando todos los estudios e informes ad hoc evidencian que la repercusión económica de esta medida resulta irrelevante en términos de mercado global. La transcripción al braille o la conversión a un formato sonoro de las piezas bibliográficas arañan, por tanto, muy escasos rubros a la facturación bibliográfica y, sin embargo, constituyen la única vía -con un considerable coste además que con frecuencia sufragan los propios afectados- para que las personas con discapacidad visual accedan a los contenidos librescos.
El Europarlamento ha decidido no dilatar por más tiempo ese limbo en el que parecían mecerse cómodamente en este terreno los gestores de la UE. Ha dado vía libre a una nueva normativa liberalizadora que habrá ahora de extenderse por todos los países miembros, e insta a la propia Comisión Europea a dirigirse a la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, en Ginebra, para ratificar un Tratado de Marrakech que Europa suscribió hace ya tres años pero todavía pendiente de ese compromiso vinculante. Para que, como en el caso de la canción del portorriqueño, avanzar despacito no impida hacerlo con éxito.