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Los ‘centinelas de la ilusión’ no bajan la guardia

‘Buena gente ONCE’ es el merecido eslogan con el que anualmente la ONCE convoca en Madrid, a modo de homenaje, a un ramillete de sus más significados vendedores de sus productos de juego. Apenas una muestra, aunque selecta, de este extraordinario colectivo, pues cada una de esta veintena de personas viene a representar aproximadamente a un millar de compañeros -como ellos mismos, con alguna discapacidad- que constituyen el principal emblema de la Organización por todo el país y en cuyo nombre recogen este reconocimiento público... A este modesto homenaje de un fin de semana de asueto, de festejo y de visita cultural y recreativa, se unen (nos unimos) todos y cada uno de los miembros de la ONCE. 

Porque nadie en nuestra Casa ignora que cada una de estas personas, a pie de calle día tras día, a despecho de climatologías, festividades o cualquier tipo de inconvenientes, constituyen el rostro y tarjeta de presentación de una entidad social cuya tarea es mucho más amplia y diversa, pero que sería imposible acometer si no fuera por su esfuerzo, su abnegación y su profesionalidad.

Ni lo ignoramos, ni lo olvidamos. Desde los representantes institucionales a los responsables de la gestión, el cuerpo técnico y administrativo, y las más de 70.000 personas que se ganan su sustento en el Grupo Social ONCE; del primero al último de los miembros de esta gran familia sabemos que, cada mañana, al llegar a nuestro puesto de trabajo, tenemos una deuda contraída con muchos de estos vendedores y vendedoras que seguramente ya hemos encontrado al pie del cañón, sin bajar la guardia, en alguna esquina de nuestro pueblo o ciudad, con una sonrisa en los labios.

La suya no es una labor simplemente comercial, como atinadamente acaba de apuntar  nuestro presidente, Miguel Carballeda, quien les atribuye la función de unos auténticos ‘centinelas de la ilusión’. Un sentimiento que no sólo ofrecen y regalan cada día, sino que provocan y rescatan también de cuantos se acercan a adquirir un cupón, a preguntarles por una dirección o simplemente a saludarlos o a invitarlos a compartir unos minutos de charla, convirtiéndose en verdaderos psicólogos callejeros. Quien los visita siempre encuentra a una persona que ha sabido sobreponerse a alguna dificultad añadida a las que todos sin duda afrontamos; y que no sólo nos vende un billetito para el viaje de la ilusión de un premio, sino que a la vez nos regala otra mucho más importante: la ilusión de vivir.