EDITORIAL
Timbales que se afinan en clave de normalización
Desde hace casi 160 años, cada 20 de enero las calles de San Sebastián se inundan del carácter festivo de su población que casi unánimemente las toma al son de miles de tambores que, organizados por las distintas compañías (agrupaciones musicales), convierten la jornada de la Tamborrada en un festival sonoro inigualable. Se calcula en cerca de 16.000 los donostiarras que en estas últimas citas participan en un festejo que aúna el rito pre-carnavalesco (ataviados los improvisados instrumentistas con trajes de soldados napoleónicos o de cocineros) que ha venido a transformar la tradición religiosa que fundacionalmente tuvo la efeméride. Una auténtica batucada popular que en muchos sentidos constituye la cita festiva más representativa y compartida de la capital guipuzcoana a los sones, en este caso, no de ritmos brasileños sino de las marchas compuestas ex profeso por el maestro Raimundo Sarriegui y cuyo retumbar hermana, durante 24 horas, a toda la ciudadanía y a las decenas de miles de visitantes que la bella Easo recibe en esa fecha.