Estás en:

Timbales que se afinan en clave de normalización

Desde hace casi 160 años, cada 20 de enero las calles de San Sebastián se inundan del carácter festivo de su población que casi unánimemente las toma al son de miles de tambores que, organizados por las distintas compañías (agrupaciones musicales), convierten la jornada de la Tamborrada en un festival sonoro inigualable. Se calcula en cerca de 16.000 los donostiarras que en estas últimas citas participan en un festejo que aúna el rito pre-carnavalesco (ataviados los improvisados instrumentistas con trajes de soldados napoleónicos o de cocineros) que ha venido a transformar la tradición religiosa que fundacionalmente tuvo la efeméride. Una auténtica batucada popular que en muchos sentidos constituye la cita festiva más representativa y compartida de la capital guipuzcoana a los sones, en este caso, no de ritmos brasileños sino de las marchas compuestas ex profeso por el maestro Raimundo Sarriegui  y cuyo retumbar hermana, durante 24 horas, a toda la ciudadanía y a las decenas de miles de visitantes que la bella Easo recibe en esa fecha.

Desde este año, a iniciativa de nuestra ONCE en San Sebastián, entre estas compañías se integra además una compuesta por personas con discapacidad, otorgando a la Tamborrada un nivel de inclusión normalizadora que permite visibilizar como unos ciudadanos más a personas con unas capacidades diferentes, muchas de ellas personas ciegas afiliadas a nuestra entidad que, junto a otros trabajadores de la Casa, familiares y amigos, han contribuido a visibilizar la diversidad en una fiesta cuya marcha central invita a la ciudadanía a tomar calles y plazas: “¡A la fiesta! ¡A bailar!... Siempre alegres y contentos”, reza el himno que, interpretado en euskera, une las voces de grandes y pequeños hermanándoles en ese ambiente positivo y feliz.

La transformación inclusiva de un festejo como éste, del mismo modo que han evolucionado por la vía de la accesibilidad otras citas como las Fallas valencianas o las Ferias de las principales capitales andaluzas, trasciende su sin duda importante valor simbólico. Porque no sólo muestra a la sociedad la existencia de ese otro como igual desde su especificidad y su diferencia, sino que, sobre todo, otorga a la propia persona con discapacidad la posibilidad y el derecho de reconocerse como una persona más, que puede disfrutar y, sí, tomar la calle junto a sus vecinos y bailar, gozar y ser feliz.

Este 2020 ha arrancado, pues, con una muy positiva noticia en Donostia. Como cada pequeña conquista en el largo camino por la normalización social de la diversidad, supone un nuevo paso del que puede felicitarse toda la población, porque sus tambores retumban desde este año en un tono más  afinado y completo.