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Cristina Gutiérrez: "Pinto de memoria porque ya no veo"

Cristina Gutiérrez Lafuerza recorre, con la yema de los dedos, su cuadro titulado Menorca  Con la brisa refrescante de 14 obras de esta pintora ciega o con discapacidad visual grave se abría al público, a pesar de los tiempos de pandemia por el coronavirus, la sala de exposiciones temporales del Museo de la ONCE, en Madrid. 

Libre y colorista. Nada ni nadie detiene la atracción hacia su obra pictórica, que atrajo con ‘El mar da vida a mis paisajes’, en el museo de la ONCE. Es la muestra en la que quizá sucumbe la artista a los recuerdos... Coge y recoge los pinceles, y así mezcla en la tan manida paleta repleta de colores, y devuelve los pensamientos en el lienzo. Cristina Gutiérrez Lafuerza, natural de Huesca, lleva la juventud en el corazón a pesar de sumar 84 primaveras, recién estrenadas en diciembre pasado. La apariencia nunca delató su edad, ni antes ni ahora. Siempre joven, siempre activa, con imaginación desbordante. Emotiva y espontánea confiesa, sin embargo, no haber imaginado nunca exponer en el Museo Tiflológico de la ONCE. “Nunca lo había soñado, encontrarme rodeada de muchos de mis cuadros... Estoy muy emocionada”, declara con temblorosa voz formato MP3 audio(0,33 MB).  A renglón seguido comenta que está feliz porque, además con el disfrute de sus cuadros, se ha vuelto a recuperar el hábito de realizar visitas a la sala de exposiciones temporales del centro. “Significa mucho para mí, muchísimo... formato MP3 audio(0,31 MB) desde que veo tal mal; y compruebo que puedo hacer cosas aunque sea de memoria”, afirma. Reconocimiento público, y con variado público visitante, durante su exposición que se vio prorrogada hasta bien entrado enero por haber permanecido cerrado el centro debido al temporal de nieve.

Cristina Gutiérrez Lafuerza entre dos de sus cuadros expuestos en el Museo de la ONCELos azulejos blancos del hogar donde creció, en Madrid, recogieron sus primeros garabatos o dibujos infantiles. Apenas once años contaba cuando manifestó a sus padres el deseo de pintar y seguir sus pasos hacia la carrera de Bellas Artes. Le pintaron su cuarto de amarillo, y no quiso manchar las paredes... Se rodeó de oleos y acuarelas. Nunca compró regalos, el más preciado era su creación. Le animaron a seguir, a soñar, aunque los derroteros de la vida le llevaron a matricularse en la Escuela de Ingenieros Industriales. “Mi padre dijo que Bellas Artes no tenía salida y me apuntó en unas clases de delineante proyectista... Entonces lo que decidían los padres era lo que se hacía y nos parecía bien”, comenta con un halo de resignación. Así, siempre obediente, cursó y ejerció la profesión para la que se había preparado hasta que se casó... y enseguida llegaron sus cuatro hijos. “Me casé con 23 años y los tuve todos seguidos y amontonados...”, bromea, y apostilla:  formato MP3 audio(0,31 MB)“No había cumplido cinco años el mayor cuando nació el cuarto”. Echa la vista atrás y rememora aquellos años de mocos y pañales, con una amplia sonrisa y dedicación plena a la familia. Buscar la conciliación laboral ni se planteaba por aquel entonces. “Te daban la excedencia forzosa en las empresas y te despachaban a la calle directamente porque no querían mujeres casadas”, concluye con rotundidad formato MP3 audio(0,32 MB). A ella, dice, tampoco le supuso “mucha extorsión porque me dediqué a mis niños y a mi casa”. Como delineante proyectista trabajó durante cinco años. No era la profesión de sus sueños, claro, “no me ha gustado nunca pero he sido buena en mi trabajo”, afirma sin acritud formato MP3 audio(0,98 MB). Lo suyo tenía y aún tiene... otros tintes: “A mí lo que me gustaba era pintar; el óleo me volvía loca” 

Azul que te quiero azul. Es su color preferido y lo incluye en todos sus cuadros, donde se le antoja y considera preciso. Incluso escondido, “entre las ramas de un árbol, tal y como sale del tubo de pintura”, apunta formato MP3 audio(0,59 MB).  Y es que el rayonismo es la técnica que más utiliza, a raíz de ir perdiendo la visión sin haber cumplido los cincuenta. La ceguera progresiva le ha llevado a utilizar lupas para poder ver fotografías, que cobran realismo en sus cuadros. De minuciosa elaboración lo detalla en ‘Manhattan’, obra datada en 2019, en la división del lienzo, con cinta de carrocero, para ubicar los gigantes edificios de la ciudad neoyorquina. ‘Valle de Ordesa’ o ‘Terraza con jardín’, óleos de 2003, conservan en sus trazos la íntima historia de Cristina, con el ‘ir y venir’ por su tierra aragonesa hace casi dos décadas. O la horadada roca, que titula ‘Cueva’ (2011), en la que no falta ni un solo color... “Tiene todos los colores de la paleta porque están en su interior, si te fijas bien no falta ni uno”, asegura. Corre la vida y ella se las apaña para seguir en la brecha, con su pasión de toda una trayectoria vital, sin dejar de aprender en talleres de maestros y siempre regalando una abierta y sincera sonrisa azul.

Genoveva Benito

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