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Aplicaciones para vivir

Las aplicaciones gestionadas por dispositivos móviles son, probablemente, el fenómeno social de mayor envergadura de los últimos años. Llevadas en algún caso extremo a parámetros de posible banalidad, las app se han incorporado a la vida cotidiana de cualquier ciudadano hasta convertirse en herramienta indispensable para desarrollar tareas formativas, laborales o ligadas a la personal vida diaria, al facilitar respuestas inmediatas a las más diversas necesidades. Una baza en favor de la integración de las personas con discapacidad que, sin embargo, puede volverse del mismo modo contra ellas abriendo un definitivo abismo para su inclusión profesional y social.

Porque en esa carrera por la innovación, por sacar a la luz antes que la competencia la nueva aplicación que resuelva o agilice cualquier labor imaginable, los desarrolladores tecnológicos (las empresas y sus profesionales) pueden tender -y a menudo lo hacen- a caer en la vorágine de la inmediatez, y despreciar aspectos tan importantes como la accesibilidad de sus productos. Un déficit que, de no tomarse en cuenta desde el origen y diseño del programa, resulta luego muy complejo y costoso compensar a través de cualquier tipo de adaptación.

Como alerta en esta misma edición de nuestro boletín la vicepresidenta 2ª de la ONCE, corremos el riesgo de ahondar, quizá definitivamente, la brecha digital entre personas con o sin discapacidad. Que la tecnología, que parecía llamada a auxiliar al individuo para solventar sus carencias y abrirle un nuevo universo de posibilidades, deje de lado a ese 10% de la población para el que puede constituir, precisamente, un instrumento especialmente importante de inclusión, un salto cualitativo sin parangón en las posibilidades de normalización de su existencia desde la perspectiva de la igualdad.

Porque romper las barreras tecnológicas es clave para hacer realidad la inclusión educativa y laboral de quienes, como los afiliados a la ONCE, están condicionados por la limitación de alguno de sus sentidos o capacidades; pero hoy ya -además- lo es también para que, simple y llanamente, puedan desplazarse, comunicarse con sus amigos y familiares, orientarse en un viaje, consultar una cartelera de espectáculos o pagar una entrada... En definitiva, para vivir.

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