Fase del desarrollo emocional, en la que el bebé y su madre funcionan como una unidad dual; la madre es reconocida por el recién nacido como parte de sí mismo y contribuye a esta relación con su conducta, al tiempo que la madre adivina las necesidades del niño y responde a ellas adecuadamente. En el caso de los niños con ceguera, se consideran conductas adaptadas el que en esta fase el bebé ciego sea muy receptivo al sonido, tenga sonrisa social (aunque con menor frecuencia que en el niño con visión), y guste del contacto corporal (se calma cuando es tomado en brazos). Por el contrario, son señales de alarma de comportamiento patológico: si el niño no da respuesta al sonido ni a la voz de la madre, si prefiere estar echado y cuando es tomado en brazos no se produce acoplamiento al cuerpo del adulto, si la madre por razones de índole emocional mantiene una actitud distante, con un contacto robotizado o ansioso. En este estado, el niño corre el riesgo de quedarse fijado en esta fase, deteniéndose su normal desarrollo y pudiendo llegar a desarrollar un cuadro psicótico.