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Eppur... si muove

Asegura la leyenda que, tras verse obligado a retractarse en público de su teoría heliocéntrica (que era la Tierra la que gravitaba alrededor del Sol), el insigne Galileo musitó ante su inquisitorial tribunal aquello de Eppur... si muove  (y sin embargo... se mueve). Y algo así, a costa, si no de sangre, sí al menos de mucho sudor y lágrimas, vamos pudiendo afirmar las personas con discapacidad en nuestra lucha contra las barreras que arrastran las nuevas tecnologías. Avances que amenazan con convertir la gran oportunidad digital en una brecha aún mayor, que -de no corregirse- constituiría el fin del sueño de la inclusión social.

Los problemas de accesibilidad, en concreto para las personas con discapacidad visual, han sido y siguen siendo inherentes al desarrollo de las grandes plataformas. Sus automatismos, su fundamentación en muchos casos gráfica y la consolidación de las fotografías como ‘reinas’ del mercado de intercambio digital han contribuido a horadar una brecha que ONCE, su Fundación e ILUNION vienen denunciando desde que las redes sociales fueron lanzadas al agitado mar de la comunicación global. Se calcula que sólo entre Facebook, Instagram, Messenger y WhatsApp se comparten cada día unos 2.000 millones de imágenes que viajan por todo el universo... Y, sin embargo, las redes que pretenden abarcar un mundo globalizado no pueden permitirse el lujo de olvidar las necesidades de 285 millones de personas que, en todo el mundo, son ciegas o tienen una grave discapacidad visual.

De ahí que las recientes iniciativas tanto de Twitter como de Facebook, en el sentido de avanzar hacia la identificación de los recursos gráficos que se incorporan a los mensajes que administran, con todas sus limitaciones, constituyan una buena noticia: un primer y tímido paso por la accesibilidad que, ante la pertinaz contumacia del camino fácil por el que tienden a dejarse deslizar los desarrolladores de redes sociales, muestra que la realidad -también en esta compleja materia- Eppur... si muove.