Discapacidad y derechos laborales
Si la pasada centuria es casi unánimemente admitida como ‘el siglo de la mujer’, se multiplican los signos que apuntan a que el ya bien enfilado siglo XXI podría ser bautizado como el de la inclusión de la diversidad, y muy específicamente de las (todas tan humanas) capacidades diferentes. El terreno laboral no es una excepción en este derrotero; bien al contrario, ha de constituirse en su punta de lanza, pues no hay verdadera integración sin compromiso social, pero tampoco si el propio individuo no conquista una autonomía personal que sólo es real con el acceso al empleo y la posibilidad de ganarse dignamente su sustento.
Pero este aforismo, que en su enunciado parece resultar tan evidente, no lo ha sido tanto a lo largo de la historia. Las fuerzas del trabajo, a las que tanto costó, por cierto, incorporar la presencia y la reivindicación conjunta de la mujer trabajadora, no se han mostrado tampoco especialmente sensibles -en su recorrido ya bicentenario- con las personas con discapacidad como integrantes de hecho y de derecho de la fuerza laboral.
Mucho se ha avanzado, sin duda, en ese terreno en las últimas décadas; pero mucho, muchísimo más, queda por recorrer en los planteamientos sindicales a escala tanto institucional como, en especial, en el trato diario en el puesto de trabajo, en el que se dispensa entre compañeros de tajo o entre colegas de cátedra: el trabajador con discapacidad sigue siendo en muchos casos y escenarios una “anomalía” de difícil encaje, en su decidida huida tanto de la discriminación como del paternalismo.
Por eso adquiere singular importancia el convenio suscrito por una fuerza sindical del tamaño y potencia de la UGT en nuestro país con las fuerzas más representativas de los colectivos de personas con discapacidad: la transversalidad del convenio alcanzado, su radical apuesta por la igualdad debe servirnos a todos (trabajadores, empresas, Administraciones...) para hacer descender la ley al piso de la actividad laboral diaria. Es difícil encontrar un escenario al que mejor defina otro aforismo aún más universalmente aceptado, el de que la unión hace la fuerza: la fuerza del trabajo sin distinciones ni etiquetas, bajo la máxima de una real igualdad de trato y de oportunidades. Y, junto a ella, la ilusión, paradigma de la incorporación de las personas con discapacidad al mercado laboral, en el que compañeros, empresarios y responsables coinciden en destacar su capacidad, su abnegación y su entusiasmo en el puesto de trabajo.