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Javier Rojas: “En el Kilimanjaro me di cuenta de que la vida es una cima constante”

Collage con varios momentos del ascens al KilimanjaroLa bandera del Grupo Social ONCE ondeó recientemente en la cima de la cumbre más alta del continente africano de la mano del gasteiztarra Javier Rojas, que durante unos quince minutos no dejó de mostrarla, para que uno de sus momentos más deseados quedara inmortalizado para la posteridad. De este modo Javier y sus acompañantes dejaron claro que quien quiere puede, y que tener una discapacidad visual, mientras uno esté en forma, no es impedimento para intentar determinados objetivos. 

La cima del Kilimanjaro fue el objeto deseado por este vitoriano, afiliado a la ONCE y usuario de perro guía, desde hace tiempo. No en vano, hace un par de años también lo intentó, pero las circunstancias que le acompañaron en el ascenso no fueron las mejores y tuvo que tirar la toalla. Pero, como de todo se aprende, en esta ocasión, gracias a un conocimiento previo del terreno y el apoyo técnico y humano adecuado, Javier ha logrado hacer cumbre formato MP3 audio(0,18 MB).

La expedición estuvo formada por cinco integrantes con discapacidad visual, dos de ellas ciegas totales, el propio Javier y la catalana María Petit, Javier García Pajares, que es sordociego, y otros dos afiliados con resto visual, los vascos Álvaro de la Peña y José Luis Tejedor. Todos bajo el guiado profesional del alavés Yosu Vázquez de Senderos Accesibles. Aunque casi todas lograron hacer cima, alguna se quedó en vías, y no por falta de ganas, sino por ese mal de altura que pega fuerte, y en ocasiones hace que el montañero deba recular tal y como relata Vázquez formato MP3 audio(0,58 MB).

Con bastones y barras de guiado direccional

Collage con varios momentos de la expedición

Para llegar a realizar una proeza de estas características existe un trabajo previo no solo de organización, sino de adaptación del material a utilizar y que, en el caso de los expedicionarios con discapacidad visual, esté garantizada su accesibilidad en el ascenso y descenso de la montaña, así como su seguridad, junto a la de los guías que los acompañaron. En ese sentido, lo primero fue conocer las necesidades concretas de cada expedicionario, de tal manera que las personas con resto visual utilizaron las habituales makilas o bastones de montaña, las personas ciegas usaron las barras direccionales y en el caso de la persona sordociega se añadió el guía que le ofreció el apoyo a través del lenguaje dactilológico.

Cuenta Javier Rojas que usaron “la barra direccional normal, la de siempre formato MP3 audio(0,35 MB). Se trata de una barra de aluminio de tres metros de longitud en la cual en la parte delantera se sitúa el piloto que es quien va dando toda la información de cómo viene el terreno: paso estrecho, paso largo, escalón, piedra suelta grande, etc. En medio va la persona ciega y en la parte posterior va el timonel que se encarga de que la persona ciega vaya por el camino sin que se roce con rocas, cosas salientes, ramas por la cabeza, etc.”. 

Aunque cuando lo relata suena sencillo lo cierto es que hay un trabajo detrás muy grande ya que hay que saber manejar las barras perfectamente, y además hay que enseñar a los guías locales su modus operandi para que no haya ningún problema de seguridad.

“El primer día dimos un curso express y una master class a los guías tanzanos- recuerda Vázquez-, para que aprendieran el guiado de la barra y su actitud fue increíble, aprendieron rápidamente”. Hubo lógicamente momentos complicados en los que el propio Vázquez junto a su colega Belén Lakuntza tuvieron que tomar las riendas y estar “muy pendientes de las barras y darles las indicaciones más adecuadas formato MP3 audio(0,51 MB). En los momentos más complicados nos poníamos en la parte trasera que es la más técnica para evitar accidentes y mantener mucha seguridad”.

El mal de altura, compañero de viaje

Álvaro de la Peña es fisioterapeuta en Bilbao, tiene resto visual y con la colaboración de su prima y las dos makilas o bastones se sumó a la expedición. “Yo vivo en Bilbao- relata formato MP3 audio(0,16 MB)- y una vez a la semana intento subir al monte Ganeko, que tiene unos mil metros de altura, lo cual conlleva entre ir y volver cerca de seis horas, que son las que a priori iba a invertir en cada una de las etapas del Kilimanjaro”.

Pero no es lo mismo hacer mil metros, que seis mil, y con las inclemencias meteorológicas propias de las cotas más altas. Por eso, la mayoría de los expedicionarios se encontraron con que a partir de los 4700 metros afloraban una serie de problemas no previstos. “Empecé a notarme a partir de los 4500 o 4300 metros un poco mareado a la hora de andar -explica De la Peña formato MP3 audio(0,31 MB)-, y en el campamento base a 4700 metros noté mucho dolor de cabeza. Los guías locales nos dijeron que era normal y la noche del ascenso empezamos a subir poco a poco, y yo los últimos 200 metros con ayuda de un guía hasta hacer cumbre”

Foto de familia de todos los participantes en la expedición

Pero volvamos a prestar atención a ese momento, al de hacer cumbre, porque, aunque resulta obvio que es el momento más ansiado, en este caso, también fue la jornada más larga, más cansada y donde hubo un poco de todo. Javier Rojas, por su parte, recuerda que “a las once de la noche empezamos a subir, y yo alcancé la cima a las nueve de la mañana junto a mi gran amigo Yosu Vázquez junto al jefe de la expedición Kelvin Agustino, que lo tuve como guía de barra, junto a Barosi y Joseph. Estas cuatro personas fueron las que me ayudaron a conseguir la cima en dos días” formato MP3 audio(0,16 MB).

Viaje inclusivo, psicológico y emocional

Pero tras subir y hacer cumbre, hay que volver a bajar y los expedicionarios tan solo pudieron disfrutar de la cima durante quince minutos para evitar que el mal de altura hiciera de las suyas, por lo que con las fuerzas ya bastante mermadas aún debían seguir aclimatándose mientras durase todo el descenso. “Emocionalmente ha sido un logro importante –destaca Rojas- formato MP3 audio(0,21 MB). Arriba casi no te da tiempo a pensar mucho porque estás pensando en la bajada, y sabes que la cima la vives realmente cuando llegas a casa, y te das cuenta de que la vida es una cima constante, siempre estamos saliendo del campamento base”.

La cima del Kilimanjaro, el esfuerzo en lograrla y las múltiples experiencias vividas y compartidas han sido determinantes para Álvaro de la Peña quien asegura que “ha sido una de mis mejores experiencias ya que me ha aportado mucho psicológicamente. Moralmente venía de una pequeña etapa de varios meses con la mente un poco baja. Fui siendo una persona y he llegado siendo otra. Para mí ha sido un cambio radical" formato MP3 audio(0,36 MB).

Yosu Vázquez coincide en la valoración final de la expedición formato MP3 audio(1,03 MB) ya que cree que se han obtenido los objetivos que se habían marcado. Además, opina que se dio una inclusión total. “Había personas con y sin discapacidad, fue un grupo inclusivo compuesto por los montañeros con discapacidad visual, sus acompañantes sin discapacidad, una treintena de porteadores, de guías locales, cocineros, hombres y mujeres. Una de las expedicionarias es también cantante y logró subir la guitarra a la cima. Fue todo muy emocionante porque fue tal la inclusión que todos estuvimos en igualdad real. La última noche fue mágica, casi mística, compartimos cantos vascos y tanzanos con el cielo totalmente estrellado”.

Iñigo Arbiza Galdós