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Hawking: la luz incombustible de un icono

El pasado 14 de marzo y mientras dormía, se apagó la vida de Stephen Hawking, en su adorado Cambridge (Reino Unido), el marco universitario en el que surgieron de su mente privilegiada y de su reconocida e innata ‘intuición científica’ algunas de las teorías más revolucionarias de las últimas décadas en los campos de la física y la astrofísica. Hawking tenía 76 años y llevaba más de medio siglo (desde los 22) diagnosticado de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), rompiendo todas las previsiones -respecto a esperanza de vida para una persona con esta afección- y echando por la borda los prejuicios que rodean a las ‘capacidades diferentes’, de cuya muestra se convirtió en icono cuando expresó que la discapacidad física no debe implicar mayores limitaciones a la persona, “siempre que su espíritu no esté discapacitado”.

El hombre que quiso, y más cerca estuvo, de conciliar la explicación de las grandes fuerzas del universo (que emanan de la teoría de la relatividad de Einstein) con las últimas evidencias sobre el funcionamiento infinitesimal de nuestro entorno (iluminadas por la mecánica cuántica), nos lo contó -y con gracia e ingenio- desde una silla de ruedas, a través de la metálica voz de su inseparable sintetizador, y sin otro movimiento que el de una leve mueca de su rostro que reflejaba su pertinaz sonrisa. La misma con la que concibió y supo explicar, con el talento del más acertado divulgador, su teoría del big bang en el origen del universo o con la que contemplaba su inclusión como personaje presente en ficciones de televisión, incluido su inolvidable presencia como habitual protagonista de la serie animada Los Simpsons...

Ese hombre que demostró que se pueden vivir 54 años después de que los médicos te pronostiquen un par de ellos de subsistencia, que se casó dos veces y tuvo tres hijos, que se aferró al trabajo para mostrar que al talento no hay limitación que pueda frenarle si se alía con la fuerza de la voluntad, vio morir la incandescencia de la ‘gran explosión’ que fue su peripecia vital desde la tranquila intimidad de su cama articulada. Pero la luz del icono que levantó su existencia para todas las personas con discapacidad del mundo no parece que pueda apagarse nunca, es incombustible.