Antonio Vilar: "Nunca dejas de aprender por llevar cincuenta años en la educación de niños ciegos"
Homenaje al veterano maestro del colegio de la ONCE en Pontevedra
Constancia, implicación, empatía. Quién le iba a decir que aquel 19 de julio de 1972 iniciaría tan intenso y extenso periplo laboral del que sigue enganchado como el primer día. Y es que Antonio Vilar Pérez, de 67 primaveras, gallego por los cuatro costados, ha celebrado ya los ‘Cincuenta años’ como trabajador en el CRE de Pontevedra, su ciudad natal. Ni qué decir tiene es el más veterano del equipo y… lo que te rondaré.
De momento, en el recién estrenado curso académico 2022-2023, continua en activo. “No digo fecha de jubilación pero sí va siendo hora de pensar en ello”, declara sin pleno convencimiento por el retiro. “Bueno, no sé… estoy muy joven aún. Pero, sí, ya tengo años”, afirma con franca sonrisa. (0,74 MB) La emoción y el reconocimiento en tan entrañable homenaje por su trayectoria, con los compañeros y amigos del colegio de la ONCE, le han movido sentimientos de gratitud y múltiples recuerdos. Y no es para menos. Tenía 17 años cuando empezó a trabajar como educador-cuidador y ha llovido desde entonces.
Cursaba Magisterio y corría el verano, principios de los ‘70. Asiduo al campo de fútbol en el colegio de los ciegos ‘Santiago Apóstol’, por tener porterías para poder jugar, andaba siempre al tanto de las necesidades y exigencias para ser parte del equipo de profesionales del entonces colegio-internado, que acogía a niños ciegos de prácticamente toda España. Así se enteró de que “había un par de alumnos que no tenían familia e iban a pasar aquel verano en el colegio; parte del personal cogía vacaciones y necesitaban un cuidador para esa temporada. Buscaban que fuésemos estudiantes de Magisterio; me ofrecieron el puesto y lo que iba a ser un mes o un par de meses se prolongó un poquito…”, relata, a golpe de rescate, (1,55 MB) el inicio de un pasado forjador del presente.
Le llegó al corazón el contacto con los chavales y el engranaje cercano y familiar del funcionamiento del internado. “En ocasiones éramos más empleados que alumnos; la matrícula máxima que llegamos a tener fueron 130 alumnos, sólo para chicos, educación masculina”, puntualiza. “Un internado implica que hace falta personal de todo tipo, desde la lavandería hasta labores de mantenimiento pasando por la atención personalizada y educación del alumnado, claro. Hubo un tiempo que éramos casi 140 empleados en un centro donde había 130 niños”, comenta con cierta nostalgia
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De familia de educadores y maestros de Escuela - “mi madre maestra; tíos, tías y hermanos también se dedican a la educación, dice-, estaba escrito su camino…o casi. La ilusión por estudiar náutica “para ser marino mercante”, se desvaneció por completo nada más entrar a trabajar en ‘el colegio de los ciegos’. “Me cambió totalmente la idea de los estudios a seguir; estaba haciendo la carrera de Magisterio e intentando empezar la de Náutica… Al final me quedé con los chavales y me olvidé de los barcos”, señala. “Siempre me gustó el tema de la educación y además con niños”, puntualiza satisfecho por la elección (1,06 MB).
La formación continua ha sido leitmotiv en su trayectoria. Si bien arrancó como educador-cuidador, Antonio siguió creciendo en motivaciones y se apuntó al primer curso de formación de ‘Instructores de Orientación y Movilidad’, celebrado en Castell Arnau (Barcelona), en 1976. Organizado por la ONCE, con la colaboración de la American Foundation for the Blind, le dio paso para ejercer como instructor al tiempo que compartía la tarea de secretario del centro. También ha sido pionero en formarse como ‘técnico de rehabilitación visual’, y ejercer como tal en la Unidad de Rehabilitación Visual, que se creó en el colegio pontevedrés, a mediados de los Ochenta. “Yo me apuntaba a todos los cursos de formación, me interesaba saber para aplicar a mi trabajo”, explica sin acritud.
Las matemáticas son su especialidad y, a buen seguro, muchos de sus alumnos han seguido los consejos del ‘profe de mates’ a la hora de elegir estudios universitarios. El deporte o la ‘Educación Física’ también ha corrido de su mano. Es más, con el ‘Pontevedra Club de Fútbol’, “cuando estaba en primera división, teníamos una entrada para todos los alumnos del colegio que querían ir al fútbol; había una especie de ‘carné grupal’ y todos encantados… Hoy muchos de esos niños, ya adultos, siguen siendo hinchas del Pontevedra”, afirma. (2,12 MB)
La satisfacción máxima del maestro ha sido -y aún es- ver crecer a los niños que pasaron por las aulas del entonces internado, a la postre Centro de Recursos Educativos (CRE), y a todos los niños y niñas que sigue atendiendo como profesor de apoyo en Educación Inclusiva. Por dar alguna cifra, que son personas, estima que habrá conocido a más de 1000 niños. Y anécdotas por doquier, claro. Por ejemplo, que ya se le veían maneras de artista al músico ciego Serafín Zubiri, desde pequeño. O la alegría de saber que aquella niña, María Jesús Varela, acompañada de su madre, y con la que trabajó para ayudarle en su rehabilitación visual, es la actual directora de la Escuela de la Fundación ONCE del Perro Guía, en Madrid. Y, sin ir más lejos de Galicia, a quien conoció con tan solo seis añitos, José Ángel Abraldes, que es el actual director de tan querido colegio para Antonio. Es el centro de referencia donde él ha anclado sus raíces profesionales, personales y ha ampliado su familia ya que conoció y se enamoró de su mujer, madre de sus dos hijos. “Yo estuve aquí siempre y nunca tuve la intención de dejarlo. (0,96 MB) Me encuentro muy feliz y a gusto con todos los compañeros y nuestro trabajo; es una situación ideal para mí”, explica con la serenidad de quien aprovecha la vida para seguir aprendiendo. Y es que “no dejas de aprender nunca por llevar cincuenta años en la Educación”, concluye.
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¡Enhorabuena Maestro!
Genoveva Benito